martes, 13 de enero de 2009

Re(v/b)elando al personaje.










Agrego este post saliendo al paso de mi propio pasado. Lo que pude ser y finalmente no fui. Me topé ese pasado ayer mismo, de repente, en la presentación de un libro en el que oficiaban como presentadores de la autora y de la obra antiguos profesores míos de carrera. Un reencuentro con mi pasado tomando como escusa una obra sobre el pasado, el pasado de una mujer, Inés Joyes, excepcionalmente normal, normalmente excepcional. Y es desde ese triple encuentro -el mío con mi pasado, el mío con el pasado y el mío con el personaje que me habla, me interpela a mi, directamente, desde ese pasado reconstruido en la obra presentada, desde el que escribo este post.



Estos días estoy leyendo un par de biografías (género desgraciadamente no demasiado cultivado por nuestros predios) simplemente excepcionales y cuya lectura recomiendo a todos muy vivamente. Una de ellas es la escrita por la historiadora Isabel Burdiel sobre Isabel II publicada por Espasa Calpe, la otra escrita por Mónica Bolufer sobre Inés Joyes, una burguesa de origen irlandes del siglo XVIII, autora de un importante texto vindicativo sobre la mujer, que lleva por título La vida y la escritura en el siglo XVIII y que ha publicado el Servei de Publicacions de la Universitat de València. Y son excepcionales por varias razones. En primer lugar por la extraordinaria calidad de su escritura. Son libros bien escritos, con un dominio del lenguaje poco común, bien construidos desde el punto de vista gramatical, de estilo, sin erratas (sí, sí la errata es mucho más habitual en el mundo editorial español de lo que nos creemos). Además, emplean el género para adentrarse de una forma diferente en la recontrucción del contexto pasado sobre el que se inscribe la trayectoria del personaje central del que hablan en su libro ambas autoras.


Estas dos biografías son dos excelentes ejemplos de divulgación de la historia, no sólo de libro de historia. Me explico. El libro de historia parece tener per se un plus de "permisividad" por parte del lector que no se aplica en el caso de un libro de Física, de Geología o de Ingeniería Hidráulica. Dado que se asume el a priori según el cual la historia interesa a todo el mundo y por tanto "puede" llegar a todo el mundo por contar con un público lector potencial inmenso, el autor o autora puede permitirse el lujo de no ser atractivo, de no ser inteligible, de no ser competente en las técnicas o en la metodología que emplea etc... Aspectos que en otras disciplinas (al no contar con ese a priori) sencillamente son impensables. Tanto Burdiel y Bolufer se olvidan de todo esto y llevan a cabo su trabajo teniendo muy presente quien las va a leer sin perderlo de vista un solo momento y desplegando desde ahí todo su buen oficio (que por cierto es mucho). De esa manera leer la historia que ellas escriben es una verdadera delicia. Como lector pues les agradezco extrarodinariamente esa deferencia que las autoras han tenido con alguien limitado como yo, y no es una falsa modestia.


Pero además leer estas dos biografías es algo más que disfrutar, obtener placer de algo que está bien hecho desde su misma trabazón interior y concepción. Es, también, pensar, analizar, iniciarte, de la mano de sus autoras, en una serie de estímulos intelectuales de los que elegiría tres por puro egoismo (interés) personal, ya que afetan más directamente a mi vida en estos momentos. Es sospechar de lo que parece obvio y de lo que "circula" por ahí como lo "normal".


El primero es el dilema que observamos en ambos personajes (uno evidentemente con una proyección pública mayor que el otro) entre libertad y necesidad. Esto es, la tensión permanente entre el contexto que les toca vivir y les obliga a hacer y lo que al mismo tiempo ese contexto les permite hacer. Son dos caras de una misma moneda. Reconstruir este sutil hilo no es anda fácil. Las autoras lo han conseguido plenamente. En los mecanismos de dominación y de sumisión de cada época se encuentran simultáneamente las vías para neutralizarlos, o, al menos, derivarlos en un sentido no tan contrario a los intereses del sujeto. Rebelar al personaje.


El segundo es la naturaleza velada de la figura que trata de reconstruirse, algo que se observa más claramente para el caso de Inés Joyés. Si se tiene el talento y el olfato suficiente indagar y escrutar inteligentemente en el pasado a un "tipo normal" puede depararnos muchas sorpresas. Las trazas, las huellas que nos han quedado del mismo permiten aproximarse a esas sombras, a ese rumor lejano e indirecto que nos llega hoy desde las fuentes (unas fuentes además no especialmente "jugosas" surgidas de la privacidad de Joyes). Todo esto no vienen más que a corroborar la intuición de que no hay nada más anómalo que lo habitual, y que tras la capa de cotidianeidad se esconde el imperio de lo único e irrepetible. Un tipo normal como yo, como el vecino de enfrente, como la señora que hace footing por las mañanas o nuestro quiosquero, esconden la insondable profundidad de lo individual bajo el maquillaje de la normalidad. Irreductible, inhasible desde un determinada disciplina de conocimiento (quizá sólo desde la literatura). Revelar al personaje. Pero revelarlo siempre de forma limitada y parcial, y además reconocerlo, reconocerlo públicamente ante el lector sin por ello perder en rigor ni en solvencia.


Justamente este es el tercer y ultimo aspecto que quería plantear. Hablamos de profesionales que han dedicado muchos años y mucho esfuerzo en reconstruir a sus biografiadas, y que, sin embargo, se declaran abiertamente incapaces de dar respuesta a determinadas preguntas que se van formulando a lo largo del texto. Y no lo esconden. El efecto conseguido gracias a ese ejercicio de honestidad intelectual es justamente el contrario del que pudiera esperarse: la verosimilitud y el rigor del trabajo ganan enteros. Reconocer los límites sitúa al que lo hace en una posición distinta del que falsamente nos quiere hacer pasar la mercancia averiada de la omnisciencia de la disciplina o del autor. Lo que tenemos pues entre manos no es a la Isabel II o a la Inés Joyés definitiva (como algunas otras biografías se ufanan en anunciar en sus solapas para obtener un mayor número de ventas). Tenemos un personaje posible de entre otros muchos, y debemos ser conscientes de ello. Sin trampa ni cartón. Tras cerrar el libro, el trabajo realizado continúa vigente entre nosotros porque se nos da la oportunidad de seguir, de elegir, de continuar donde se dejó por parte de voces más autorizadas que la nuestra. Por tanto el autor no muere ni mucho menos pero tampoco tiene la última palabra.


Los personajes redondos están artificialmente deformados, distorsionados. Y lo son no por el efecto inevitable del paso del tiempo sino por la vanidad de quien los deforma, una vanidad que en el fondo encierra, esta vez sí, una limitación clara de quien la practica. El autor deformado por el personaje. El personaje rebelándose ante su autor y ante los demás porque lo que realmente quiere el primero es revelarse ante todos ellos.

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