sábado, 3 de enero de 2009

Una postal desde Zbaszyn.















Cuidado. Los objetos más cotidianos e inocentes pueden encerrar terribles historias. Una postal, un periódico, un billete de metro pueden ser el preludio del genocidio de todo un pueblo.

Un 26 de octubre de 1938 una atemorizada joven de 23 años escribe en la estación fronteriza polaca de Zbaszyn, sobre una maleta improvisada a manera de escritorio, una postal con un mensaje de auxilio "...Nadie nos dijo lo que ocurría, pero comprendimos que era el fin. No tenemos ni un céntimo, ¿Podrías enviarnos algo?". El destinatario de la misiva es su hermano Herschel, de 17 años, que reside en París iniciando su proceso de formación inmediatamente previo a su entrada en la prestigiosa Universidad de La Sorbonne. Pretende cursar estudios de Derecho sobre todo tras el amenzante provenir que dibuja el nacionalsocialismo rampante en el poder desde el 30 de enero de 1933. El joven no ha encajado en una capital que revienta por los cuatro costados y que prometía un sosiego que no ha llegado. Se trata de alguien inquieto por carácter, astuto, frío en el caso de que haga falta serlo, un tanto arrogante, con un profundo sentido del deber y el compromiso para con los suyos. El deber llevado hasta el extremo en la defensa de lo propio (quizá su familia, su identidad herida).

Berta y Herschel son hijos del matrimonio Grynszpan, un sólida pareja cuyos orígenes son los de una vieja dinastía industrial del Este de Europa, que lleva residiendo en Hannover desde hace 26 años. Llevan una semana viviendo en una estación desvencijada de provincias junto con 7.000 compatriotas que malviven esperando que el gobierno de Polonia autorice su acceso al país. Son las primeras víctimas de la orden dictada por Hitler el 18 de octubre por la que más de 12.000 judíos iban a ser expulsados de Alemania.

Días terribles en los que los Grynszpan malviven en uno de los establos que se ha habilitado provisionalmente para contener la marea humana que durante esos días anega distintas localidades fronterizas del este de Alemania. Fríos suelos de piedra, charcos cenagosos, nieve, privación, rumores, rostros sombríos empujados por la Gestapo...

En la postal que envía Berta a la desesperada se concentra uno de los momentos clave de la historia europea. En ella, por ella se desencadenarán una serie de acciones y acontecimientos que conducirían finalmente a uno de los progromos más virulentos e implacables de la historia contemporánea; la calificada por los propios protagonistas -un tanto irónicamente- como Kristallnacht, la noche de los cristales rotos, en la que murieron 91 judíos, se quemaron más de 1.000 sinagogas en toda Alemania y se encarcelaron 20.000 personas que fueron ingresadas en campos de concentración.

La postal la recibe Herschel el 3 de noviembre y desde ese momento entra en una espiral desesperada en la que se encadenan causas y efectos de forma fatal. Al día siguiente lee una noticia sobre las deportaciones que se estaban produciendo en unó de los periódicos yiddish que se editan en París. La noticia abundaba sobre detalles de todo tipo referidos al estado de confusión en el que se encontraban los deportados, algunos de los cuales habían llegado a extraviar la razón o a suicidarse. Dos días después, compra una pistola en el mercado negro y la carga con cinco balas. El día 7 viaja en metro a la embajada alemana. Su idea es matar al embajador. Al franquear la puerta le dice al portero que tiene unos importantes documentos que hacer llegar al embajador. Éste le acompaña al despacho del tercer secretario de la embajada, Ernst Vom Rath, a quien nada más ver le descerraja tres tiros. Vom Rath queda mal herido. Morirá poco después en una de las clínicas cercanas a la embajada donde lo han ingresado de urgencia, pese a los cuidados propiciados por el mismísimo médico personal del Fhürer que se ha desplazado hasta París por órdenes directas de Hitler.

¿Qué hubiera pasado si esa postal no hubiera llegado nunca? ¿O si se hubiese retrasado en la entrega hasta que Herschel iniciara su curso académico? ¿Si el reportaje sobre los judios de las fronteras no hubiera llegado a publicarse jamás por considerarlo excesivamente sensacionalista el redactor jefe de la revista? ¿Si Herschel no hubiera encontrado un vendedor de armas poco escrupuloso y dispuesto a ganar dinero fácil en el París canalla y desprecoupado -todo luz y todo sombra- de la preguerra? ¿Si hubiera acusado un resfriado provocado por la no muy cuidada alimentación en un otoño crudo? ¿Si el metro hubiera sufrido algún percance o una atractiva dama hubiera cautivado al apuesto joven? ¿Si los guardias apostados a la entrada de la embajada hubieran realizado más concienzudamente su trabajo? ¿Todo es azar? ¿Qué es lo que hilvana la aparente fluidez de un acontecimiento hasta darle una forma determinada y precisa, la forma que llega hasta nosotros en forma de dato, de fecha, de acontecimiento?

Cualquier cadena de hechos, hechos como los del malogrado Herschel, resulta muy sólida pero ampliada se deshilacha entre los dedos, se disuelve y dispersa en todas direcciones, incontenible con sus ondas expansivas que llegan hasta nosotros envueltas en el celofán de las crónicas y los libros de historia. Pasó lo que pasó, pero ¿Por qué? Solo quedan los objetos, testigos mudos de la atrocidad a la que es capaz de llegar el ser humano.

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