domingo, 4 de enero de 2009

Ciberresponsabilidad.


"La libertad no sólo significa que seamos libres para elegir; también significa que debemos aceptar las consecuencias de nuestra conducta." F. Hayek

"La libertad no es el poder de hacer lo que queremos, sino el derecho de ser capaces de hacer lo que debemos." Lord Acton


Crear este blog desde el que escribo habitualmente me costó cero euros y cinco minutos de mi tiempo. En otras partes del mundo hacer algo idéntico (en China, en Irán, en Cuba, en Riad) te puede costar la carcel, e incluso la vida. Un solo click para poder acceder en tiempo real y potencialmente a 7,7 millones de personas. Eso es la tecnología, la buena tecnología. Mínimo coste, máxima facilidad en el uso, máximas posibilidades.

Hablamos pues de algo muy serio. Algo que no se suele tomar en cuenta muy a menudo y que sin embargo es de capital importancia porque implica una cuestión de libertad pura y dura. A veces lo aparentemente más tribial, lo más inmediato y sencillo encierra un diferencial de tratamientos y consecuencias extraordinario.

Según las estadísticas cada día se crean en el mundo ¡700.000 blogs!, es decir más o menos uno cada segundo. Está lógicamente por ver la "vida media" de cada uno de ellos. Pero ya el hecho de que se creen, la posibilidad de poder hacerlo, es significativo. Gracias a blogs de todo el mundo se consiguió que las autoridades de Arabia Saudita cedieran levantaran el bloqueo que había ejercido sobre más de 400.000 webs poco afines. Y gracias a un servidor llamado anonymizer.com impulsado por la Electronic Frontier Foundation los kosovares pudieron emitir vía internet desde la B92, emisora yugoslava de oposición a Milosevic, algo que fue clave para que la comunidad internacional supiera que es lo que estaba pasando allí realmente. Algunos gobiernos le temen más a los blogs que a las urnas. Ojo, también Al-Qaeda ha aprendido la lección y domina el ciberterrorismo a escala global como herramienta de amedrentamiento civil. De los pedrastas no hace falta ni hablar.

Recientemente Javier Marías equiparaba internet y los blogs a una "...inmensa taberna que le hace tener a uno la sensación de vivir en una región ocultamente furibunda, en la que más vale no entrar, si es posible". Señalaba el déficit de calidad de contenidos y la vacuidad de lo que había encontrado, lo cual también es cierto, pero sólo en parte, depende de los blogs que en su ciberpaseo viera Marías. Hay periódicos míticos como el Washington Post, el Herald Tribune, o The Times que están sustituyendo a marchas forzadas sus fuentes de información tradicionales por la que les suministran determinados blogs de referencia que se han convertido en una especie de brújula de conocimiento en la economía, la política, el deporte o la cultura. Porque además buena parte de esa propia información ya se genera en la propia red y por tanto surge de la propia herramienta que sirve para hablar de sí misma (hay que analizar con calma por ejemplo la cibercampaña que ha hecho Obama cuyos resultados están ahí). Y esto es algo imparable.

Hacer sinónimo blog de calidad y libertad y no de trivialidad, zafiedad y cortedad de miras, depende pues de nosotros mismos, de lo que hagamos con esa herramienta cada día, en cada post. El potencial de comunicación será el mismo en ambos casos; inmenso, universal, algo que ocurre por primera vez en la historia, el resultado, algo completamente distinto. Estamos por tanto ante una cuestión de responsabilidad individual, más propiamente de ciberrresponsabilidad.

En ese sentido hago mías las recomendaciones que dan dos de los gurus de la blogosfera de mayor renombre, Tim O'Reilly y Jimmy Wales (éste último creador de la controvertida Wikipedia). Ellos hablan de un cierto código de conducta asumido por adhesión, de forma espontánea, sin necesidad de imponer sistemas regulatorios con poder coercitivo. Se trataría según dicho código de prescindir del insulto personal, la manipulación de fotografías, la amenaza, el libelo, la infracción en materia de derechos de autor, la responsabilidad de la autoría, el respeto a la confidencialidad y a la vida privada, en suma, no decir on-line nada que no diríamos en persona y de vivia voz. No todo vale (aunque algunos ppiensen lo contrario), tampoco en el gran bazar virtual de internet. Tampoco es necesario que venga alguien a decírnoslo o a recordárnoslo. Sobre todo si por hacerlo se le paga o por si por hacerlo nos multa.

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