viernes, 26 de diciembre de 2008

Josp Pla en mi retrovisor.











Pla, siempre Pla, y después otra vez Pla. Este Midas literario convertía todo lo que tocaba en literatura. De él aprendí que no se necesitan grandes temas para conseguir hacer gran literatura. En él por primera vez (luego lo vería en otras autoras como Natalia Ginzburg) ví como una receta o una excursión, o la descripción de un paisaje desde la ventana de tu cuarto, o un simple paseo en moto puede transformarse en una verdadera una joya narrativa. El don de exprimir al máximo lo cotidiano y hacerlo aforismo, libro, entrada de su Diario personal o artículo límpido, lo poseía hasta la maestría. Con Pla leí una obra en la que describe un sencillo viaje en autobús como si se tratara del viaje que hizo el Apolo XI a la Luna.

Pla tiene un sentido común apabullante. Lo anega todo porque escribía como vivía, y vivía como pensaba. Un verdadero baluarte frente a la nadería y la sinrazón que le toco vivir, y que por desgracia sigue acompañándonos. Se cargó definitivamente el divismo decimonónico que habían conformado las grades plumas del Olimpo literario; los Zola, Stendhal, Tolstoi, Victor Hugo y compañía. La imagen misma de escritor maldito y sublime. Pla era un pallés de un masía en Llofriu, que con su boina y su colilla hecha con tabaco de picadura selecta en la boca, lo indagaba todo con sus ojos de felino feliz y socarrón. Y que justamente por eso, gracias a eso era un genio de la palabra. A Pla le aterrorizaban los cataclismos de todo tipo, los literarios y los otros. Para él el orden natural pasaba por la estabilidad de la moneda y tener las escrituras de propiedad lo más cerca de él, a ser posible en el cajón de la cómoda. Es célebre la anécdota en la que le pregunta a un joven anarquista que fue a visitarlo a su masía: "Oiga, la naturaleza está llena de terremotos, de tempestades e inundaciones y encima de tanto cataclismo ¿además quiere usted hacer la revolución?".

Releo estos días la entrada que hace Pla el día 23 de diciembre de 1918 (justamente hace 90 años) en su Cuaderno gris, comentando un tanto pesimista su estado de ánimo frente a todo lo que le rodea: "... És objectivament desagradable no sentir cap il·lusió –ni la il·lusió de les dones, ni la dels diners, ni la d’arribar a ésser alguna cosa en la vida–, només de sentir aquesta secreta i diabòlica mania d’escriure (amb tan poc resultat), a la qual ho sacrifico tot, a la qual probablement ho sacrificaré tot en la vida. Em demano: ¿què és preferible: un passament mediocre, alegroi i conformat, o una obsessió com aquesta, apassionada, tensa, obsessionant?". Es el Pla joven, a punto de concluir unos estudios de Derecho que no le interesan demasiado, que quema tarde tras tarde en las tertulias literarias del Ateneo de Barcelona. Un Pla en ciernes de iniciar su andadura periodística que le llevaría por media Europa, la de entreguerras, dejándonos algunos de los artículos periodísticos más lúcidos a la hora de comprender el ascenso del fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán o la Guerra Civil española (ahí están sus crónicas periodísticas para La Publicidad o más tarde para La Vanguardia, todavía hoy no igualadas por historiadores).

Recomiendo pues la lectura de Pla como antídoto para curarnos del snobismo, la pedantería y la vacuidad de tanto charlatán en nómina que encontramos en las numerosas tertulias que hoy nos salen al paso. Nunca pierdo de vista su mala leche cargada de sensatez, su naturalidad ensimismada, su zigzageante humo desde mi retrovisor. Como pequeño homenaje he decidido agregar a mi blog el link de la fastástica versión digital que ha hecho del Quadern gris, Xarxa de Mots.

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