miércoles, 24 de diciembre de 2008

Desarrollo.











Pero escribir también es desarrollar. Construir un mundo partiendo de la nada empleando materiales que siempre pertenecen a tu propia biografía. Lo mejor que he leído (y lo que de algún modo trato de emular aún siendo consciente de mi imposibilidad crónica de conseguirlo) presenta siempre una increíble coherencia interna, una solidez reseñable en la trabazón de personajes, historias y situaciones. Cuando lees a Conrad, a Flaubert, a Tolstoi, a Joyce, a Borges o a García Márquez literalmente entras en otro mundo en el que puedes transitar a placer y ser todo lo observador que quieras. Siempre habrá algún matiz que se te escape pero que estará ahí esperándote para cuando retornes.

Es justamente ese trabajo de construcción desmedido el que para mi es más esencialmente literario. Aparentemente la obra parece que haya estado siempre ahí. Presenta una misteriosa entidad previa que no acertamos a comprender. Nos produce vértigo intentar comprender el proceso a través del cual alguien puede conformar esa otra realidad en la que quedamos atrapados.

Intuyo que hay un denominador común en toda esta maniobra creativa: el material desde el que se asienta es la vida misma del propio creador. Sus recuerdos, sus dudas, sus frustraciones, sus anhelos, sus reflexiones, toda una panoplia desatada de imágenes poderosas cargadas de significados para él, que resultan el trasunto sobre el que se apoya línea a línea, su discurso, y que finalmente haremos nuestro.

Pero hay más, porque en el momento en el que surge ese mundo la vida del escritor cambia. Las cosas no serán ya nunca como antes. Esa otra realidad nueva dialoga con su vida como un objeto nacido extraño y omnipresente, incomprensible también para él. En algunos casos se situará en el centro mismo de su existencia y tratará de suplantarla dado que hablamos de la misma cosa cuando escribir se hace sinónimo de vivir. Es lo que uno se encuentra cuando lee los diarios de Kafka o el Libro del desasosiego de Pessoa donde el escritor literalmente ha desaparecido siendo engullido por su obra, plenamente desarrollada ya en él por él.

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