miércoles, 10 de diciembre de 2008

Horror Vacui.









Una reciente sopt publicitario nos describe lo que "es" un hipotético viajero que recala finalmente en una gasolinera en plena noche que se "enciende" para él. A vueltas pues con el recurrente problema de la identidad, de aquello que somos, esta vez en forma de anuncio.


Reparo en dos líneas que discurren paralelas de la cultura occidental, que casi nunca aparecen de forma simultánea y que son las que han tratado de resolver este enigma desde el ámbito del pensamiento. Por un lado la tradición que trata de definir lo que somos "llenádonos" para conjurar a la nada, o lo que es lo mismo al vacío, al sinsentido, a la muerte, al fin. Por otro, el que lo intenta "vaciándonos", suprimiendo, primero los superfluo, más tarde lo esencial hasta reducirnos justamente a la nada. Llenarnos o vaciarnos ¿de que? De palabras, de órdenes, de riquezas, de artilugios, de experiencias, de fracasos y éxitos, de dichas, de anhelos, de historia.


Y de algún modo, es cierto. Cuando uno trata de responderse a la pregunta de las preguntas, ¿Quién soy?, sobre todo si lo hace recién levantado frente al espejo antes de afeitarse, es muy probable que, si tiene bien el día, opte por hacer un inventario de las virtudes áulicas que tiene más a mano; soy el mejor, el más competente, el más sincero, el más tierno, el más dichoso, el más afortunado o generoso (esto sería la corriente "Horror Vacui", se trata de llenarnos con materiales mas o menos improvisados paraa abortar de algún modo la maldición del azar y lo desconocido). Por contra, y si los biorritmos andan por los suelos, echaremos mano de la maniobra de vaciado parándola sólo allí donde no lleguen nuestras fuerzas autodestructivas (ante nosotros tendríamos el "Horror Repleti").


O soy todas las palabras que he dicho y pensando (también las que he olvidado), lo que he hecho (y lo que he dejado de hacer y lo que he comenzado sin terminar), lo que he soñado, lo que he comido, lo que he reido, lo que he escrito y luchado, o no soy nada. Mas bien, soy mientras dejo de ser, ligero de equipaje, liberado de los bártulos y abalorios de mi pasado y de mi quehacer cotidiano. Soy abandonándome y redirigiéndome hacia un punto de fuga que para algunos es la eternidad, para otros la perfección, para unos pocos la esencia.


Y respecto de esos dos puntos del mapa de esta doble tradición me sitúo yo casi sin darme cuenta y me defino cada día, según sea la estación y mi propio estado de ánimo. En torno a estos dos puntos imaginarios se despliega además una inigualable cantidad de manifestaciones culturales generadas durante los últimos 21 siglos; de la técnica pictórica o escultórica de los Romanos o el arte árabe al Rococó. De la poesía de Góngora al maravilloso relato de Borges que tienen a Funes el memorioso como personaje central. De la música de Haendel a Pollock. De Antonio López a Becket o a Pessoa. De los Hemisferios de Magdeburgo al LHC. Todo pues transita de algún modo del todo a la nada para volver a su contrario y, de esa forma, poder definirnos.




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