viernes, 13 de febrero de 2009

Retorno a la biblioteca.











¿Por qué vuelvo una y otra vez a las bibliotecas, especialmente a una de ellas? ¿Por eso tufo a ratón de biblioteca que siempre me acompaña? Antes cuando era joven aún podía entenderse. No contaba con dinero suficiente para poder leer todos los libros que quería y que no podía comprar. En ese sentido la biblioteca era la solución perfecta. Pero esa etapa ha pasado. Ahora afortunadamente puedo adquirir los libros que deseo (todavía de forma compulsiva e incontrolada, ciertp). ¿Entonces? ¿Qué puede explicar esa pulsión, casi física, que siento por adentrarme en un espacio en el que ahora me encuentro un tanto "desplazado", un tanto "fuera de lugar"?

La respuesta no es otra que la necesidad de revivir una serie de experiencias del tipo "mi primera vez". La primera vez que leí a Calderón, a Lorca, a Chesterton, a Unamuno, a Kafka, a Conrad, a Salgari, a Stevenson, a Conan Doyle. Es eso lo que voy buscando en realidad. Sentir lo mismo que sentí. Experimentar ese vértigo al asomarme a los grandes como aquella tarde próxima a Fallas cuando casi todos se habían ido y me sentía como un capitán al mando de una gran fragata literaria. O como aquella mañana de Pascua en la que casi me quedé encerrado por no advertir los avisos del empleado que nos solicitaba que abandonáramos el recinto porque era hora de cerrar.


La biblioteca entonces (y lo que ahora querría denodadamente que siguiera siendo pero nunca más será) era todo un cascarón de libros para mi sólo, surcando a toda máquina las profundidas insondables de una literatura que se abría a mis ojos primerizos, ingenuos y sedientos.


Y esto es realmente lo que busco cada vez que acudo a la bilioteca utilizando como excusa sacar cualquier libro que sé perfectamente que no voy a leer, y que retornará al estante casi como lo cogí. Pero eso es lo de menos. Lo de más es poder volver a respirar ese olor que concentra la presencia de miles de libros, la tenue luz que me hunde en su gineceo de sosiego, de detención del tiempo, la sensación de tener la vida por delante para quedarme allí inmovil, sumido en una densidad de conocimiento inhasible, con la mejilla pegada al cristal de una de sus ventanas mientras observo desde mi atalaya el curso de lo que pasa allá afuera que me interesa mas bien poco, nada.

A veces pienso que esa biblioteca se apoderó una vez de una parte de mi y se niega a liberarla. Pasé tantas horas , días, meses, años en su vientre que de algún modo formo parte de ella de la misma manera que ella forma parte de mi. También a veces me reconozco en algunos de sus usuarios; en algunos niños impacientes que desean leerlo todo, saberlo todo, conocerlo todo y no saben por donde empezar mientras una amable bibliotecaria les aconseja un punto de partida, en el universo gigantesco que comienzaa dibujarse ante ellos, como un día me aconsejaron a mi. O quizá, en algún abuelo que copia palabra a palabra un grueso tomo de filosofía, repasando hasta tres veces cada una de ellas con una tinta que parece sangre de sus venas, por el primor con la que la extiende sobre un papel que es una publicidad colocada por su reverso. Ese seré yo en breve, me digo a mi mismo, si es que no lo soy ya, mientras disimulo mi inapropiada estancia de alguien que espera lo que nunca más volverá a ocurrir, y aun sabiéndolo, sigue esperándo que ocurra.

En fin, pienso que el vientre de mi madre fue en realidad una biblioteca.









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